1.¿Qué nos hace humanos?

1.1. La antropología filosófica.

Sabemos que el ser humano es una realidad compleja en la que coexisten elementos biológicos, psicológicos, culturales y personales. Algunas ciencias lo atestiguan: psicología, biología, antropología, sociología.

Pero aunque conozcamos toda esta información, todavía quedan preguntas acerca de lo humano que la investigación científica no es capaz de responder. Algunas de esos interrogantes son especialmente importantes y significativos: ¿Nos espera algo después de la muerte? ¿Tenemos las personas un alma inmortal? ¿O somos solo un cuerpo que desaparecerá cuando acabe nuestra vida? ¿Somos los seres humanos realmente libres de elegir lo que hacemos?

Estas preguntas no pueden ser contestadas científicamente, porque no es posible contrastarlas de manera empírica. A pesar de ello, se trata de cuestiones fundamentales que todos nos hemos planteado alguna vez, y para las que necesitamos encontrar alguna respuesta. Las preguntas como estas pertenecen al campo de la filosofía.

La antropología filosófica es la rama de la filosofía que se interroga sobre el ser humano.

1.2. La singularidad de lo humano.

Uno de los temas  más importantes de los que se ocupa la antropología filosófica consiste en determinar lo que caracteriza específicamente a los seres humanos. ¿Qué rasgos son los que nos diferencian del resto de animales? ¿Existe una esencia humana específica? Si la hay, ¿en qué consiste? Y si no la hay, ¿qué es lo que nos hace humanos?

Para aclarar la singularidad de lo humano, los filósofos han propuesto teorías muy diversas a lo largo del tiempo.

Para la filosofía griega, la característica determinante de los seres humanos es la racionalidad, que está asociada a la capacidad de utilizar el lenguaje. Además, para el pensamiento griego el uso de la razón es inseparable de la vida moral y social.

El cristianismo considera que lo que distingue a los seres humanos es el alma inmortal, creada por Dios. Los seres humanos son criaturas especiales, ya que han sido hechas a imagen y semejanza de Dios. Por eso existe en nosotros un elemento trascendente que va más allá de lo material y que es el fundamento de nuestra dimensión personal y de nuestra dignidad.

Según el existencialismo, la libertad es la dimensión esencialmente humana que nos distingue del resto de los seres. Las piedras, los árboles o los pájaros se definen por una serie de rasgos fijos que los caracterizan. Pero las personas no tenemos estos rasgos fijos, porque podemos usar la libertad para construir nuestro propio ser. Los seres humanos somos aquello en lo que nos convertimos usando nuestra libertad.

Para la filosofía de K. Marx el rasgo distintivo de lo humano es el trabajo. Aunque los animales también realizan tareas, ninguno de ellos es capaz de imaginar el fruto de su esfuerzo. Solo los seres humanos somos capaces de usar la razón imaginativamente para transformar el mundo que nos rodea de manera creativa. Esa posibilidad es lo que nos diferencia de los animales y lo que nos hace verdaderamente humanos.

Para los filósofos vitalistas, como F. Nietzsche o J. Ortega y Gasset, la conciencia de nuestra vida individual es lo que nos hace humanos. Ningún otro animal es capaz de apreciar que la vida es el punto de partida desde el cual cobra sentido todo lo que hacemos y pensamos.

También existen pensadores que destacan la importancia en los seres humanos de una dimensión inconsciente, de la que no nos percatamos, pero que dirige secretamente nuestra conducta. De acuerdo con la teoría de S. Freud, gran parte de lo que hacemos o decimos procede de impulsos ocultos que orientan nuestra vida sin que nos demos cuenta de ello.

Esta sorprendente variedad de teorías distintas no agota las explicaciones que los filósofos han ofrecido acerca de la singularidad humana. A la hora de definir lo humano, otros pensadores han insistido en la importancia que tienen elementos tan variados como el arte, el juego, la risa… ¿Cuál de todos estos rasgos crees tú que es más relevante para explicar lo que somos?

2. El animal racional.

2.1. La racionalidad humana en el pensamiento aristotélico.

En su Política, Aristóteles nos ha transmitido con gran claridad la concepción del ser humano como animal racional. Para el filósofo, el dominio que tienen las personas del lenguaje y del pensamiento está al servicio de un propósito muy especial. La capacidad de hablar y de pensar nos sirve para poder distinguir el bien y el mal, y para poder de este modo vivir en sociedad.

Esta visión se corresponde con la interpretación teleológica de la realidad que inspira toda la filosofía aristotélica. Aristóteles creía que todo cuanto existe aspira a alcanzar sus propias metas. Por eso el dominio humano del logos no es casual, sino que está al servicio de una finalidad concreta. Los humanos tenemos razón y palabra para poder de este modo convertirnos en seres morales y sociales. De este modo las personas podremos alcanzar la felicidad a la que tendemos de manera  natural.

2.2. La dimensión racional del ser humano en Kant.

Muchos siglos después, la filosofía de Kant volvería a insistir en la importancia de la razón como rasgo esencial de los seres humanos.

Kant distinguía dos usos de la razón. La razón teórica nos permite conocer, mientras que la razón práctica nos ayuda a decidir cómo actuar. Para Kant, esta doble dimensión de la racionalidad hace de los seres humanos unas criaturas muy especiales.

Solo los seres racionales son libres de elegir cómo comportarse, de manera que la racionalidad hace posible la vida moral. Asimismo, la razón es también el fundamento de la dignidad humana. Los seres humanos tenemos dignidad porque nuestra condición de seres racionales, conscientes y capaces de decidir nos hace únicos. Por eso cada uno de nosotros tiene valor singular e irrepetible al que llamamos dignidad.

3. Cuerpo y alma.

3.1. ¿Qué es al alma?

En muchas culturas se considera que todas las cosas tienen un alma o principio vital. De acuerdo con esta visión de la realidad, denominada animismo, los animales, los árboles, las piedras tienen alma.

Sin embargo, muchos pueblos han destacado el carácter singular de los seres humanos, atribuyendo la diferencia a un elemento espiritual único en el alma humana.

A lo largo de la historia de la filosofía se han propuesto interpretaciones muy diferentes acerca del alma humana y del modo en que esta se relaciona con nuestro cuerpo.

3.2. El dualismo antropológico.

3.2.1. La visión platónica sobre el  ser humano.

Los autores que defienden la existencia en el ser humano del cuerpo y el alma como dos elementos claramente diferentes se denominan dualistas. Para estos filósofos, el ser humano está formado por dos realidades distintas: una de ellas es material y la otra, espiritual. En general, estos pensadores consideran que la dimensión espiritual del ser humano es la sede de la racionalidad, por lo que constituye la parte más valiosa de las personas.

La visión de Platón sobre el ser humano, que está inspirada en su teoría de las Ideas, establece una completa separación entre el alma y el cuerpo. Según Platón, el cuerpo es material, por lo que pertenece al mundo sensible. Como todas las cosas materiales, el cuerpo es imperfecto y cambiante. Además, es finito porque es mortal. El alma, en cambio, es la parte inmortal y espiritual del ser humano.

Platón valoraba el alma muy por encima del cuerpo. Para explicar la diferencia entre lo material y lo espiritual, afirmaba que el alma era prisionera del cuerpo como si estuviera dentro de una cárcel.

Platón creía en la reencarnación, y pensaba que nuestra alma racional había estado en contacto con el mundo de las Ideas antes del nacimiento. Por eso las conocemos, aunque al nacer las hayamos olvidado. Esto es lo que hace posible el proceso de reminiscencia, aunque esto solo está al alcance de quienes se esfuerzan por aprender filosofía.

3.2.2. El alma humana en el cristianismo.

La antropología cristiana se inspira en el dualismo platónico, pero rechaza la reencarnación. Según el cristianismo, nuestra alma inmortal no existe con anterioridad al cuerpo, sino que es creada por Dios para cada persona.

Para los cristianos, el alma está asociada a la dimensión trascendente que hay en las persona, ya que aspira a la salvación que nos espera después de esta vida. El destino del alma dependerá de nuestro comportamiento, porque el hombre es libre de seguir los mandamientos de Dios o de desobedecerlos cayendo en el pecado.

3.2.3. El ser humano en la filosofía de Descartes.

La antropología de Descartes también es dualista. Descartes creía que el cuerpo y el alma corresponden a dos realidades completamente distintas.

El cuerpo, al que llama sustancia extensa, es material. Como todas las cosas materiales, el cuerpo ocupa un lugar en el espacio y está sujeto al determinismo. Lo que sucede en el cuerpo se puede explicar mediante las leyes de la física. Para Descartes, el cuerpo humano se comporta como una máquina, por lo que su funcionamiento se puede predecir científicamente.

El alma, en cambio, es espiritual. No ocupa ningún lugar espacial, porque lo que la caracteriza es el pensamiento. El alma es una sustancia pensante. Al no tratarse de algo material, el alma no está sujeta al determinismo. Nuestros pensamientos, deseos y decisiones no están sometidos  a las leyes de la ciencia. Por eso el alma humana es libre e inmortal.

Descartes pensaba que el alma actúa como guía del cuerpo. De acuerdo con su teoría, se podría comparar el cuerpo con un barco y el alma con el capitán que lo dirige. Sin embargo, esta radical división entre cuerpo y alma también plantea algunos problemas difíciles de resolver. Si el cuerpo y el alma son tan distintos, ¿cómo pueden comunicarse entre sí? ¿Cómo puede el alma, que es espiritual, manejar al cuerpo, que es material? ¿De qué forma están relacionadas estas dos dimensiones humanas?

3.3. El monismo materialista.

La influencia del dualismo en la filosofía ha sido enorme. Esta fue la teoría antropológica dominante durante siglos, primero en su versión platónica y después de acuerdo con la interpretación cristiana. El predominio de esta forma de pensar fue tan grande que solo comenzó a ser cuestionada a partir del siglo XVIII.

En ese momento, que corresponde a la época de la Ilustración, algunos pensadores reaccionaron contra el dualismo proponiendo una teoría alternativa basada en el materialismo. Inspirado por la mentalidad científica que comenzaba a extenderse por Europa, el monismo antropológico afirmaba que el ser humano está formado únicamente por su cuerpo material.

Según los monistas, nosotros somos nuestro cuerpo. Eso que llamamos alma no es más que un efecto producido por el funcionamiento de nuestros órganos. Como es material, el cuerpo obedece las leyes naturales, de modo que su comportamiento se puede predecir con ayuda de la física, la química y la biología. La única diferencia que hay entre las personas y las máquinas es el grado de complejidad.

Además, como rechazan la existencia de una parte espiritual en el ser humano, los monistas creen que no existe nada después de la muerte. Cuando morimos, nuestro cuerpo deja de funcionar y nosotros, simplemente, cesamos de existir.

Julien Offray de La Mettrie (1709-1751) fue uno de los más célebres monistas antropológicos. Para La Mettrie, el ser humano es una especie de robot muy sofisticado, cuya complejidad es tan grande que a veces nos hace pensar en la existencia de una parte inmaterial llamada alma. Sin embargo, el alma no existe, porque tan solo somos materia.

En la época contemporánea muchos autores han apoyado alguna versión del monismo antropológico. Estos pensadores consideran que se trata de la teoría más consecuente con la moderna visión científica del mundo, según la cual todo lo que existe está constituido por materia. De acuerdo con esta interpretación, el ser humano también está formado por átomos, al igual que las plantas o los animales. Lo que somos puede explicarse científicamente: estamos hechos de células, que a su vez están hechas de moléculas.

Sin embargo, el monismo antropológico también deja muchas preguntas sin resolver. Si el ser humano solo está hecho de materia, ¿cómo podemos explicar la aparición del pensamiento y de la conciencia? ¿De dónde vienen los sentimientos? ¿Es posible ofrecer una explicación materialista de lo que sucede cuando nos enamoramos o cuando nos emocionamos al leer un poema?

3.4.Una unión inseparable.

Al menos desde el siglo XVIII la antropología filosófica ha estado dividida entre los partidarios del dualismo y los defensores del monismo materialista. El encendido debate entre ambas teorías continúa aún, aunque también se han propuesto visiones alternativas que tratan de armonizar las dos posturas.

El emergentismo, por ejemplo, se basa en la interpretación materialista del ser humano, pero también tiene muy en cuenta nuestra dimensión psicológica y espiritual. Mario Bunge o Karl Popper se encuentran entre los defensores del emergentismo antropológico.

Según la teoría emergentista, las personas estamos constituidas por un cuerpo formado por átomos, pero para explicar lo que somos no podemos simplemente quedarnos con esa realidad material. Hacerlo sería caer en un reduccionismo ciego, incapaz de entender la profunda complejidad de lo humano. Por eso hace falta ir más allá de lo material, tratando de encontrar el modo en que el pensamiento, la conciencia y los sentimientos surgen de nuestra realidad. El emergentismo sostiene que la dimensión espiritual del ser humano es una propiedad que emerge de la materia, pero que se encuentra en un plano superior cualitativamente distinto.

Los últimos avances de las neurociencias parecen ir en esta misma dirección. El estudio del modo en que funciona nuestro cerebro ha mostrado que en los seres humanos lo corporal y lo espiritual o mental están estrechamente unidos. En su libro El error de Descartes, Antonio Damasio ha insistido en la interrelación entre nuestra dimensión material y nuestra vida psíquica. Según Damasio, descartes cometió una seria equivocación al separar tajantemente el alma del cuerpo. Solo teniendo en cuenta a la vez ambos aspectos seremos capaces de comprender adecuadamente la realidad humana.

4. ¿Somos libres?

4.1. El problema de la libertad.

La cuestión de la libertad humana es uno de los problemas centrales de la antropología filosófica. Todos hemos experimentado la sensación de libertad que aparece cuando decidimos cómo actuar o cuando elegimos entre varias alternativas.

No cabe duda de que los seres humanos vivimos sintiéndonos libres. Pero ¿lo somos realmente? Cuando tomamos una decisión, ¿somos verdaderamente nosotros los que escogemos? ¿No habrá factores ocultos que lo hacen por nosotros? ¿No existirán mecanismos biológicos, psicológicos o culturales que nos empujan a hacer precisamente lo que hacemos, aunque nos parezca que lo hemos decidido libremente? ¿Cómo podemos estar seguros de que somos verdaderamente libres? ¿No seremos las personas como una especie de máquinas que se creen libres pero no lo son? ¿No será la libertad simplemente una ilusión?

Como vemos, estas preguntas son verdaderamente difíciles y profundas. Al tratarse de cuestiones acerca del ser humano, forman parte de la antropología filosófica. Pero también podría afirmarse que son cuestiones metafísicas, ya que están relacionadas con el tema de la realidad. Lo que en el fondo plantean estos interrogantes podría resumirse en una sola pregunta: ¿es real la libertad?

4.2. La libertad como ilusión.

Algunos filósofos sostienen que la libertad humana no es más que una ilusión.

El determinismo afirma que todo cuanto hacemos está prefijado y sucede de un modo inevitable. La sensación de libertad proviene de la ignorancia.

La mayoría de la gente no se da cuenta de los factores que nos empujan a pensar, hablar y actuar del modo en que lo hacemos. Por eso nos creemos libres, cuando en realidad no lo somos.

La filosofía de Spinoza puede tomarse como ejemplo de esta visión determinista. Spinoza pensaba que todo lo que ocurre está predeterminado. Nuestras acciones no dependen de la voluntad, sino que obedecen a causas que pueden investigarse y descubrirse. Pero como las personas ignoran estas causas, tienen la impresión de que actúan libremente.

Cuando arrojamos una piedra al vacío, esta cae obedeciendo la inexorable ley de la gravedad. ¿Qué sucedería si la piedra pudiera hablar y nos dijera que cae porque quiere? Sin duda pensaríamos que está equivocada, porque desconoce que hay una causa natural que explica su movimiento. Según Spinoza, lo que sucede con los seres humanos no es distinto de lo que ocurre con las piedras. Las personas también estamos dirigidas por causas superiores a nosotros, pero nuestro desconocimiento hace que vivamos la ilusión de la libertad.

El conductismo de Skinner constituye otro ejemplo de teoría determinista. De acuerdo con él, la conducta puede modelarse completamente mediante el aprendizaje. Empleando un adecuado sistema de premios y castigos, las personas pueden aprender a comportarse del modo en que queramos. Un entrenamiento adecuado garantiza que podamos predecir la conducta con total seguridad. En estas circunstancias, el comportamiento se convierte en algo predeterminado, sin ningún margen para la libertad.

Skinner creía que la aplicación sistemática y rigurosa de un entrenamiento conductista podría cambiar por completo la sociedad. De este modo sería posible, por ejemplo, eliminar totalmente el crimen o la delincuencia, así como educar a todas las personas para que fueran amables, respetuosas y honestas.

4.3.  La libertad como esencia de lo humano.

Frente a la postura de los filósofos deterministas, también ha habido pensadores que han defendido la existencia real de la libertad humana.

El existencialismo considera que la libertad constituye la característica más importante de las personas. Según este punto de vista, la libertad es una realidad fundamental, porque constituye un rasgo único de los seres humanos.

El francés Jean- Paul Sartre explicaba esta singularidad humana recurriendo a la distinción entre esencia y existencia. Según Sartre, todas las cosas que vemos a nuestro alrededor tienen una esencia prefijada que determina lo que son. La esencia de una piedra, de un árbol o de un caballo define lo que estos seres son.

Las personas, en cambio, no tienen una esencia fija y definida. Con las elecciones que hacemos a lo largo de nuestra existencia, las personas nos convertimos en aquello que acabamos siendo. Nuestra libertad nos permite configurar el tipo de persona que queremos ser.

Esta capacidad de elegir libremente es un rasgo único de los seres humanos. De hecho, Sartre distinguía entre dos formas muy distintas de ser, a las que llamaba ser-en-sí y ser-para-sí.

Las cosas son seres-en-sí, porque tienen una esencia fija que especifica lo que son. Los seres- en- sí no son capaces de elegir, y aquello en que consisten es algo permanente y determinado.

Las personas, en cambio, son seres-para-sí, ya que son libres y conscientes. Los seres humanos no tenemos una esencia prefijada. En las personas la existencia precede a la esencia. Es decir, nuestra libertad nos permite ir construyendo aquello que llegamos a ser.

Apoyándose en esta distinción, Sartre afirmaba que, en rigor, los únicos seres que realmente existen son las personas. Existir consiste en construir la propia esencia mediante elecciones libres. Por eso se puede decir que las cosas son, aunque no existen, ya que no pueden elegir. El existencialismo recibe su nombre de la importancia que Sartre (y otros autores como Heidegger o Camus) daban a la existencia como rasgo distintivo de lo humano

Para Sartre la libertad es la característica fundamental que nos identifica como humanos.

5. El sentido de la historia.

5.1. ¿Tiene la historia algún sentido?

El problema del sentido ha preocupado a los filósofos durante siglos, sobre todo a partir del momento en que la religión cristiana introdujo en el pensamiento occidental la idea de un tiempo lineal.

A diferencia de lo que se creía en la antigua Grecia, los cristianos afirman que el tiempo tuvo un comienzo y tendrá un final. Para el pensamiento cristiano, el inicio del tiempo se produjo cuando Dios creó el universo, y su consumación coincidirá con el fin del mundo y el Juicio Final.

5.2. El sentido escatológico de la historia de Agustín de Hipona.

Para elaborar su filosofía de la historia, Agustín de Hipona se basó en la concepción lineal del tiempo propia del cristianismo.

Cuando consideramos los acontecimientos que se suceden a lo largo de los siglos, podemos tener la impresión de que la historia humana no es más que una  acumulación de guerras, conquistas, momentos de esplendor seguidos por etapas de decadencia…en una serie que se desarrolla sin ninguna lógica. Sin embargo, Agustín de Hipona cree que esa serie aparentemente caótica en realidad responde a un plan sabiamente trazado por Dios.

Desde ese punto de vista la historia de la humanidad puede interpretarse como una lucha continua entre dos grupos de personas. El primer grupo, al que Hipona denomina la “Ciudad Celeste”, está formado por quienes siguen a Dios dejando en un segundo plano sus intereses personales. El segundo, la “Ciudad terrenal”, comprende a quienes anteponen sus intereses materiales y egoístas a los mandamientos divinos. Estas dos “ciudades” se han estado enfrentando a lo largo de toda la historia. Aunque en algunos momentos pueda parecer que la ciudad terrenal se impone sobre la celeste, al final de los tiempos esta última se alzará con la victoria, proclamando el triunfo definitivo de los fieles seguidores de Dios.

Esta interpretación de la historia humana ofrece una esperanza de futuro para los creyentes, algo que es especialmente valioso cuando los tiempos son agitados e inciertos. Se trata de una visión escatológica de la historia, porque interpreta los acontecimientos humanos desde el punto de vista del final de los tiempos, que concluirán con la salvación definitiva de los fieles seguidores de Dios.

5.3. La filosofía de la historia en Hegel.

El pensamiento de Hegel incluye una peculiar interpretación de la historia de la humanidad, en estrecha relación con los planteamientos idealistas en los que se basa su filosofía. Hegel creía que la verdadera realidad no era material, sino que estaba constituida por el Espíritu. Todo lo que existe procede del Espíritu, pero este no se manifiesta de manera clara y directa, sino que lo hace mediante un proceso de desarrollo en el tiempo. Además, este despliegue temporal no es lineal, sino que avanza mediante la lucha de elementos contarios en una dinámica a la que Hegel se refiere con el término dialéctica.

El desenvolvimiento dialéctico del espíritu se manifiesta en el desarrollo de la humanidad revelando así el sentido profundo que tienen los acontecimientos históricos. Hegel creía que el espíritu se manifiesta objetivándose en realizaciones concretas como el arte, el derecho o la filosofía. Para Hegel, aunque estas creaciones han sido elaboradas por los seres humanos, en realidad su verdadero autor es el espíritu, que se sirve de los artistas, los juristas o los filósofos para plasmar su huella en el tiempo.

Este proceso de progresivo despliegue dialéctico se encamina hacia la autorrealización máxima del Espíritu. Esto sucederá cuando la realidad coincida plenamente con la racionalidad. Según  Hegel, esta fase final ya puede vislumbrarse con el surgimiento de lagunas grandiosas manifestaciones del Espíritu y de la razón, como son el Estado  o la propia filosofía hegeliana, que ha sido capaz de desentrañar la verdadera naturaleza de la realidad.

5.4. El sentido de la historia según Marx.

Aunque la filosofía de Marx se presenta como una crítica radical al idealismo de Hegel, lo cierto es que el marxismo está fuertemente influido por el pensamiento hegeliano. Marx elaboró una filosofía materialista, pero recogió la idea del cambio dialéctico propuesta por Hegel.

Según Marx, para entender la historia no debemos fijarnos en el Espíritu, sino en las condiciones materiales de vida en las que se desarrolla la existencia concreta de los individuos. Para analizar el desarrollo histórico, lo primero que debemos comprender es cómo las personas se procuran lo que necesitan para vivir, Así nos daremos cuenta de que no todos los individuos se encuentran en la misma posición social.

En todo momento histórico podemos distinguir grupos privilegiados que oprimen a otros grupos que están sometidos a ellos. Los grupos privilegiados son los que se apropian de los medios de producción, explotando de ese modo al resto de la población. La lucha entre estos grupos, que se denominan clases sociales, es la clave que nos permite interpretar cómo ha evolucionado la historia  a lo largo del tiempo.

Marx pensaba que Hegel tenía razón en un aspecto. El desarrollo histórico se produce dialécticamente, mediante un contraste de posiciones opuestas. Pero este contraste no tiene nada que ver con las ideas o con el Espíritu, sino que es un enfrentamiento entre clases sociales. A lo largo del tiempo esta lucha de clases ha atravesado diversas fases.

La oposición entre amos y esclavos propia de la antigüedad fue sustituida por el enfrentamiento entre señores feudales y siervos en la Edad Media. A esta situación le siguió en la Modernidad la lucha entre burgueses y obreros. Como el proceso de avance histórico es imparable, la siguiente etapa comenzará con el triunfo de los obreros sobre los burgueses. El triunfo de los obreros conducirá a una sociedad comunista, en la cual los medios de producción serán socializados. Si los medios de producción son comunes, nadie podrá convertirse en explotador. De esta manera finalizará la lucha de clases y se alcanzará la etapa final de la historia, con una sociedad más justa y equilibrada.

(C. Prestel Alfonso. FIL. Filosofía. Editorial Vicens Vives Bachillerato. 2015)